Entre el miedo y la esperanza, la vida de la diáspora guatemalteca

Nota de coyuntura No. 158 / por Juan Calles

En el marco de las políticas represivas antinmigrantes en Estados Unidos, El Observador realizó una entrevista a la activista migrante María Herrera. Su testimonio condensa la experiencia de una generación de migrantes guatemaltecos que cruzaron fronteras no por ambición, sino por sobrevivencia. Su historia, marcada por el exilio político de su madre y la migración económica propia, es un reflejo de cómo la violencia estructural, la precariedad laboral y la falta de Estado continúan expulsando personas de Guatemala.

Migrantes guatemaltecos, en las protestas en Estados Unidos. Fuente: El Observador.

Vivir entre la incertidumbre y el terror antinmigrante

Desde 2016, cuando María Herrera llegó a California, la situación de los migrantes guatemaltecos y guatemaltecas se ha vuelto más incierta. Las redadas del Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés), reactivadas en varios Estados bajo políticas restrictivas, mantienen a miles de familias en tensión permanente. En los últimos años, defensores de derechos humanos en Estados Unidos han denunciado que los centros de detención migratoria violan derechos básicos, incluyendo el acceso a abogados, atención médica y comunicación con familiares.

En ese contexto, el papel de los distintos gobiernos guatemaltecos ha sido débil y reactivo, incluso, marcado por denuncias de corrupción en años pasados. Aunque existen consulados en grandes ciudades que concentran la mayoría de migrantes guatemaltecos y guatemaltecas como Los Ángeles, Houston y Nueva York, se crean nuevos consulados y consulados móviles, en tanto que la actual administración gubernamental de Bernardo Arévalo de León impulsa una fuerte campaña a favor de los y las migrantes.

Ante el difícil contexto actual, los esfuerzos resultan insuficientes para las múltiples necesidades. Las denuncias sobre ineficiencia, falta de asesoría y abandono son recurrentes. Los consulados suelen concentrarse en trámites administrativos, pero muy pocas veces acompañan legal o emocionalmente a los y las migrantes que enfrentan detenciones, deportaciones y hasta abusos laborales.

Como expresa María:

“…solo se acuerdan de nosotros cuando necesitan votos o fotos”.

Esta percepción no es aislada. Ante ciertas limitaciones en sus consulados, muchos y muchas migrantes recurren a redes comunitarias, iglesias o colectivos de derechos humanos cuando enfrentan una crisis. Los y las migrantes de Guatemala tienden a estar en una situación más complicadas que la de migrantes de otros países, lo cual tiende a agudizar su situación dentro de Estados Unidos.

Aunque la Comisión del Migrante del Congreso de la República en Guatemala ha abordado el tema y señalado problemas de corrupción y deficiencias en la atención, logró que las autoridades del Ministerio de Relaciones Exteriores (MINEX) informaran sobre los avances tecnológicos implementados, tales como la página para agendar citas y la aplicación de pantalla única para la atención virtual de personas migrantes. Sin embargo, la atención en los consulados no ha logrado satisfacer las necesidades de los guatemaltecos y guatemaltecas que viven en Estados Unidos, de quienes un gran porcentaje tiene estatus de indocumentado/a y no sólo dentro de Estados Unidos, sino tampoco cuentan con documentos de identificación de Guatemala.

Entre enero y julio de 2025, más de 23 mil guatemaltecos y guatemaltecas fueron deportados y deportadas desde Estados Unidos, sumando aproximadamente 26 mil, si se incluyen las deportaciones desde México; cifras que representan una reducción cercana al 45% respecto de 2024, cuando se registraron más de 57 mil retornos.

Lo anterior, pese al endurecimiento migratorio bajo la administración trumpista que mantiene un aumento general de las expulsiones en Estados Unidos. Sin embargo, los datos del Instituto Guatemalteco de Migración (IGM) evidencian una tendencia a la baja en la cantidad de deportados y deportadas que retornan a Guatemala.

En cuanto a los programas oficiales guatemaltecos, el Decreto 1-2025, Ampliación al Presupuesto General de Ingresos y Egresos del Estado para el Ejercicio 2025, aprobado en febrero de 2025, fortaleció el Fondo del Migrante destinado a mejorar la protección y dignidad de migrantes y retornados, coordinando apoyos legales, psicológicos y programas de reinserción. El Plan de Retorno Digno impulsó la creación de centros especializados de atención e integración de migrantes retornados y retornadas, con servicios interinstitucionales en educación, trabajo y formación técnico-profesional.

En paralelo, las políticas migratorias estadounidenses mantuvieron un marco restrictivo con procesos acelerados de expulsión y reducción de accesos a asilo para migrantes centroamericanos. No obstante, instancias judiciales en Estados Unidos han detenido algunos planes para deportar menores de edad sin debido proceso, mientras la cantidad de migrantes que guardan prisión esperando el debido proceso, de igual forma, va en aumento.

El escenario es complejo para miles de guatemaltecos y guatemaltecas que continúan enfrentando la migración forzada, deportaciones y políticas restrictivas, mientras en Guatemala se impulsan programas para atender y dignificar a quienes retornan, aunque la percepción comunitaria sigue denunciando insuficiencias en el apoyo estatal.

Finalmente, el relato de María que se expone a continuación, muestra que la identidad guatemalteca persiste, incluso, en medio del desarraigo. Ella enseña a sus hijos sobre el Popol Vuh y los valores comunitarios como una forma de resistencia frente a la asimilación cultural. En su voz resuena la paradoja de miles de migrantes: amar profundamente un país que los obligó a irse.

La historia de María no es una excepción: es un espejo de la Guatemala que expulsa y no protege, pero también de la Guatemala que sobrevive gracias a sus migrantes.

María Herrera: “Migrar no fue un sueño, fue una necesidad para mis hijos”

Actualmente forma parte de “Guatemaya: mujeres en resistencia en Los Ángeles, California”, y “Human Rights por Guatemala”. Es artista (poeta) y coordina Universos Descalzos, un espacio de poetas y escritores migrantes en Los Ángeles.

¿Podrías contarnos cómo era tu vida en Guatemala antes de migrar?


Vivía en San Lucas, Sacatepéquez. Tenía un trabajo estable en una organización de derechos humanos que defendía los derechos de los Pueblos Indígenas y campesinos. Estudiaba en la Universidad de San Carlos, en Ciencias Jurídicas y Sociales. Tenía mi casa, mi pareja y dos hijos. Era una vida construida, con muchas responsabilidades y con el deseo de terminar mi carrera.

¿Qué te llevó finalmente a migrar?


En realidad, mi historia migratoria empezó desde niña. Mi madre fue sindicalista en Huehuetenango y tuvo que huir del país por persecución política en los años noventa. Yo crecí separada de ella y siempre viví con la promesa de que un día estaríamos juntas. Esa promesa se cumplió hasta que ya fui adulta, cuando ella me pidió venir a Estados Unidos. Al principio me negué, porque no quería dejar a mis hijos. Pero cuando me aprobaron la documentación, entendí que migrar era una oportunidad, no para mí, sino para el futuro de ellos.

¿Cómo fue el proceso de dejar tu vida atrás?


Fue durísimo. En 2016 renuncié a mi trabajo, dejé mis estudios, mi pareja y todo lo que había construido. Viajé con mis dos hijos. Llegar aquí fue un shock. Todo era nuevo: las calles, el idioma, la moneda. No conocía a nadie más que a mi madre. Sentí miedo
.

¿Cómo fue adaptarte a la vida en California?


Difícil. El idioma fue la primera barrera. En Guatemala estudié inglés, pero aquí es distinto, la pronunciación y la rapidez del habla te hacen sentir fuera de lugar. Fui a la escuela para mejorar y, poco a poco, logré adaptarme. Hoy ya soy ciudadana estadounidense, y eso me dio tranquilidad. Pero pienso en la gente que no tiene papeles: viven escondidos, con miedo, sin poder ir al hospital o denunciar un abuso. Esa es la parte más dura.

¿Viviste de cerca ese miedo a las redadas del ICE?

Algunas personas conocidas fueron detenidas saliendo del trabajo o cuando iban a dejar a sus hijos a la escuela. Yo siempre tenía miedo de abrir la puerta cuando alguien tocaba, porque no sabía si era Migración. Mis hijos son pequeños, y yo me repetía que debía mantener la calma, que no podían verme con miedo. Pero el miedo era diario, te acompaña todo el tiempo, incluso, cuando todo parece estar bien.

¿Has recibido apoyo o acompañamiento del gobierno de Guatemala en todo este proceso?


Aquí uno se va apoyando entre la comunidad, yo misma he ido al consulado a buscar papelería de algunos compañeros, nos hemos organizado y por medio de chat nos avisamos de redadas, o si alguien necesita apoyo para algún trámite en el consulado, pero la verdad es que no hay apoyo cómo el que uno esperaría, protección o resguardo; ellos solo se acercan cuando hay elecciones o cuando necesitan tomarse fotos con la comunidad migrante. En casos de deportaciones o detenciones, muy poca gente logra recibir ayuda real. Yo conozco familias que han pasado semanas sin saber de sus parientes detenidos y el consulado no responde.

A veces hay apoyo simbólico, actividades culturales o ferias consulares, pero en lo esencial, defensa legal, apoyo psicológico, información sobre derechos, no contamos con mucho. Sobrevivimos gracias a organizaciones de migrantes o iglesias.

Marcha en Los Ángeles, California, el 8 de febrero de 2025, en rechazo a las deportaciones
implementadas por el gobierno de Estados Unidos. Foto: José Cubur.

¿Cómo afectó la migración tu identidad como guatemalteca?


Yo no siento haberla perdido, pero sé que mis hijos no tienen esa conexión con Guatemala. Ellos no conocen su país, su cultura o su historia, más que lo que yo les cuento. Por eso trato de enseñarles sobre nuestras raíces. Los llevé a una lectura del Popol Vuh para que comprendan de dónde vienen. Quiero que sepan quiénes son. Para mí, conservar la identidad es una forma de resistencia y de mantener viva nuestra memoria colectiva, aún en otro país.

¿A qué te dedicas ahora?


He trabajado en limpieza y en factorías. No es lo mismo que hacía en Guatemala, pero me siento orgullosa. Al principio me ayudó mucho mi mamá, luego fui consiguiendo trabajo por mi cuenta. Aquí uno aprende a moverse con el teléfono, los buses, los trenes. Pero pienso en las personas que llegan sin saber leer un mapa o sin teléfono; para ellas es mucho más duro. Algunas amigas han sido explotadas, otras no reciben pago justo y no pueden reclamar por miedo a ser deportadas.

¿Qué sientes que ganaste y qué perdiste con la migración?


Gané estabilidad y oportunidades para mis hijos: educación y salud, cosas que en Guatemala no estaban garantizadas. Perdí mi carrera, mis amistades y mi trabajo como defensora de derechos humanos. Pero lo que más duele es saber que mis hijos quizá nunca tendrán una identidad guatemalteca plena. Aun así, sigo creyendo que este sacrificio valió la pena.

¿Qué mensaje darías al gobierno de Bernardo Arévalo?


Que nos mire. Que entienda que no somos solo remesas. Somos personas que seguimos queriendo a Guatemala, aunque estemos lejos. Que inviertan en programas reales de protección, asesoría legal y educación para los hijos de migrantes. Y, sobre todo, que trabajen para que nadie más tenga que irse por necesidad, como nos tocó a nosotros.

Marcha en Los Ángeles, California, el 8 de febrero de 2025, frente al ayuntamiento de la ciudad. Foto: José Cubur.

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